viernes, 2 de febrero de 2018

La campana de oro y la sierpe de siete cabezas

Cuento recogido de varios relatores de Chayanta. 

Cuentan que la torre del templo Espíritu Santo de Chayanta era tan grande, maciza, fuerte y ancha; que en su tercer piso colgaba una inmensa campana de oro. Al centro colgaba un enorme badajo, también de oro, del tamaño de una cabeza humana. Nadie sabe de dónde, ni como trajeron la campana hasta Chayanta. Algunos antiguos recuerdan que sus tatarabuelos contaban que se necesitaron por lo menos 200 hombres para subir y acomodar la campana en la torre del templo.
Dicen que los curas ordenaron que la campana sea así de grande, para que su tañido se escuchara en toda la región, de modo que los fieles, al escuchar asistan a la misa u otras actividades de la parroquia.
El tañido de la campana era tan potente que algunas paredes de las casas del pueblo se rajaban a cada repique. Cuentan que varias mujeres parturientas tuvieron malparto, por los potentes tañidos de la campana. Algunas bestias, burras y yeguas sufrieron lo mismo.
Eran tiempos de bonanza económica en la región. Encontraban oro a flor de tierra, especialmente en los riachuelos de Aymaya Pampa; por eso algunos mineros españoles y criollos hacían gala de sus fortunas. Las fiestas patronales se convertían en oportunidades de competencia para ostentar sus riquezas con soberbia desmedida y humillación para la gente pobre, indígenas y mestizos.
Cuentan que esas fiestas que se hacían en nombre de Dios, terminaban en descomunales orgías que nada tenían que ver con los diez mandatos que Dios encomendó. Las borracheras, peleas, crímenes y lujuria no tenían control. Los juegos en los que se sacrificaba animales, por ejemplo: “la tira del pato”, llegaban a extremos de perder todo principio moral, como los israelitas al pie del Monte Sinaí.
Por todo eso que estaba pasando, se dice que Dios estaba molesto; y el diablo aprovechó para tomar posesión del pueblo mandando una Sierpe gigante de 7 cabezas. Era feroz.. Cada bramido y coletazo de la Sierpe sacudía toda la población. La gente estaba aterrorizada, muchos, especialmente mujeres y niños se metieron dentro el templo para orar, ahí se sentían protegidos de esa maldita bestia del infierno. El templo y la capilla estaban repletos, todos lloraban y oraban a gritos, con desesperación, incluida la gente que poco antes se mostraba soberbia.
Entre tanto, fuera, la Sierpe de siete cabezas seguía provocando destrozos. A cada coletazo demolía casas y cada una de sus 7 bocas vomitaba fuego cual lanza llamas; los árboles de la plaza central ardían igual que muchas casas con techos de paja y la gente desesperada corría de un lado a otro rogando a gritos a Dios, a san Miguel, al Espíritu Santo que les librara de ese infame monstruo. Al único lugar que no se atrevía la Sierpe era al templo.
Dios al ver tanto sufrimiento, mujeres y niños clamando de rodillas perdón, arboles y casas ardiendo, se apiado y envió al Arcángel Miguel que se apareció en una nube sobre el templo. Desde ahí bajó en su caballo para enfrentarse al monstruo del averno; y luego de varias horas de descomunal lucha, la Sierpe estaba malherida y buscó refugio dentro la torre, debajo la gran campana de oro, vomitando poderosas olas de fuego.
La campana, por la acción de las poderosas llamas que expulsaba la bestia, cayó pesadamente sobre la Sierpe. Era tan pesada y grande la campana que al caer estremeció, no solo la población, dicen que el sacudón se sintió en toda la región, por lo menos 7 kilómetros a la redonda. Algunos creían que era un terremoto.
La enorme campana había atrapado a la Sierpe. Solo aparecía parte de su 7 cola y una de sus cabezas. Dicen que el monstruo luchaba desesperadamente por liberarse de la campana, rascando la tierra y echando fuego, pero no podía salvarse de su poderosa y pesada carga. Mientras más arañaba la tierra, se iba formando un pozo más y más profundo. La desesperada lucha de la Sierpe duró varios días y noches seguidas. A cada hora, a cada día que pasaba, el hoyo se hacía más profundo por la desesperada lucha la Sierpe por salvarse de la campana. Apenas quedaba visible una pequeña parte de la campana, más la poderosa correa que lo sostenía en la torre.
Los más ancianos contaban a sus nietos, estos a sus nietos y ellos a sus hijos, que vieron con sus ojos esa infernal lucha. Contaron también que ellos cortaron pedazo, pedazo la cola y la cabeza de la Sierpe que había quedado fuera de la campana y la guardaron como recuerdo de esa dantesca batalla.
Recuerdan también que de niños solían jugar montándose a lo poquito que quedaba de la campana en la superficie. Con el tiempo desapareció completamente. Algunos, con hambre de riqueza, hicieron excavaciones, pero no encontraron nada, solo tierra que parecía removida.
Creen que la Sierpe de siete cabezas aun no ha muerto completamente y que sigue arañando la tierra por liberarse de la campana, y mientras más araña, más profundiza el túnel por donde se va hundiendo la campana de oro, la más grande que ojos humanos hayan visto en todo el mundo.
Cuentan que desde esa vez, se hizo más profunda la devoción por el Arcángel Miguel y por “El Tata Espíritu” que los salvó de la terrible Sierpe de siete cabezas que tanto desolación, muerte y llanto causó al pueblo.
Otros relatos dicen que la campana no se quedó en el lugar donde cayo, porque según la creencia antigua, el oro se mueve. Otras versiones afirman que al construir la nueva torre, quisieron poner la misma campana, pero no la encontraron, mas bien descubrieron un subterráneo.

La paz, 9 de febrero de 2012

Cuento recogido de varios relatores de Chayanta.

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