Cuentos y leyendas


LA CAMPANA DE ORO Y LA SIERPE DE 7 CABEZAS

Cuento recogido de varios relatores de Chayanta.  

Cuentan que la torre del templo Espíritu Santo de Chayanta era tan grande, maciza, fuerte y ancha; que en su tercer piso colgaba una inmensa campana de oro. Al centro colgaba un enorme badajo, también de oro, del tamaño de una cabeza humana. Nadie sabe de dónde, ni como trajeron la campana hasta Chayanta. Algunos antiguos recuerdan que sus tatarabuelos contaban que se necesitaron por lo menos 200 hombres para subir y acomodar la campana en la torre del templo. 
Dicen que los curas ordenaron que la campana sea así de grande, para que su tañido se escuchara en toda la región, de modo que los fieles, al escuchar asistan a la misa u otras actividades de la parroquia.
El tañido de la campana era tan potente que algunas paredes de las casas del pueblo se rajaban a cada repique. Cuentan que varias mujeres parturientas tuvieron malparto, por los potentes tañidos de la campana. Algunas bestias, burras y yeguas sufrieron lo mismo.
Eran tiempos de bonanza económica en la región. Encontraban oro a flor de tierra, especialmente en los riachuelos de Aymaya Pampa; por eso algunos mineros españoles y criollos hacían gala de sus fortunas. Las fiestas patronales se convertían en oportunidades de competencia para ostentar sus riquezas con soberbia desmedida y humillación para la gente pobre, indígenas y mestizos.
Cuentan que esas fiestas que se hacían en nombre de Dios, terminaban en descomunales orgías que nada tenían que ver con los diez mandatos que Dios encomendó. Las borracheras, peleas, crímenes y lujuria no tenían control. Los juegos en los que se sacrificaba animales, por ejemplo: “la tira del pato”, llegaban a extremos de perder todo principio moral, como los israelitas al pie del Monte Sinaí.
Por todo eso que estaba pasando, se dice que Dios estaba molesto; y el diablo aprovechó para tomar posesión del pueblo mandando una Sierpe gigante de 7 cabezas. Era feroz.. Cada bramido y coletazo de la Sierpe sacudía toda la población. La gente estaba aterrorizada, muchos, especialmente mujeres y niños se metieron dentro el templo para orar, ahí se sentían protegidos de esa maldita bestia del infierno. El templo y la capilla estaban repletos, todos lloraban y oraban a gritos, con desesperación, incluida la gente que poco antes se mostraba soberbia.
Entre tanto, fuera, la Sierpe de siete cabezas seguía provocando destrozos. A cada coletazo demolía casas y cada una de sus 7 bocas vomitaba fuego cual lanza llamas; los árboles de la plaza central ardían igual que muchas casas con techos de paja y la gente desesperada corría de un lado a otro rogando a gritos a Dios, a san Miguel, al Espíritu Santo que les librara de ese infame monstruo. Al único lugar que no se atrevía la Sierpe era al templo.
Dios al ver tanto sufrimiento, mujeres y niños clamando de rodillas perdón, arboles y casas ardiendo, se apiado y envió al Arcángel Miguel que se apareció en una nube sobre el templo. Desde ahí bajó en su caballo para enfrentarse al monstruo del averno; y luego de varias horas de descomunal lucha, la Sierpe estaba malherida y buscó refugio dentro la torre, debajo la gran campana de oro, vomitando poderosas olas de fuego.
La campana, por la acción de las poderosas llamas que expulsaba la bestia, cayó pesadamente sobre la Sierpe. Era tan pesada y grande la campana que al caer estremeció, no solo la población, dicen que el sacudón se sintió en toda la región, por lo menos 7 kilómetros a la redonda. Algunos creían que era un terremoto.
La enorme campana había atrapado a la Sierpe. Solo aparecía parte de su 7 cola y una de sus cabezas. Dicen que el monstruo luchaba desesperadamente por liberarse de la campana, rascando la tierra y echando fuego, pero no podía salvarse de su poderosa y pesada carga. Mientras más arañaba la tierra, se iba formando un pozo más y más profundo. La desesperada lucha de la Sierpe duró varios días y noches seguidas. A cada hora, a cada día que pasaba, el hoyo se hacía más profundo por la desesperada lucha la Sierpe por salvarse de la campana. Apenas quedaba visible una pequeña parte de la campana, más la poderosa correa que lo sostenía en la torre.
Los más ancianos contaban a sus nietos, estos a sus nietos y ellos a sus hijos, que vieron con sus ojos esa infernal lucha. Contaron también que ellos cortaron pedazo, pedazo la cola y la cabeza de la Sierpe que había quedado fuera de la campana y la guardaron como recuerdo de esa dantesca batalla.
Recuerdan también que de niños solían jugar montándose a lo poquito que quedaba de la campana en la superficie. Con el tiempo desapareció completamente. Algunos, con hambre de riqueza, hicieron excavaciones, pero no encontraron nada, solo tierra que parecía removida.
Creen que la Sierpe de siete cabezas aun no ha muerto completamente y que sigue arañando la tierra por liberarse de la campana, y mientras más araña, más profundiza el túnel por donde se va hundiendo la campana de oro, la más grande que ojos humanos hayan visto en todo el mundo.
Cuentan que desde esa vez, se hizo más profunda la devoción por el Arcángel Miguel y por “El Tata Espíritu” que los salvó de la terrible Sierpe de siete cabezas que tanto desolación, muerte y llanto causó al pueblo.
Otros relatos dicen que la campana no se quedó en el lugar donde cayo, porque según la creencia antigua, el oro se mueve. Otras versiones afirman que al construir la nueva torre, quisieron poner la misma campana, pero no la encontraron, mas bien descubrieron un subterráneo. 

La paz, 9 de febrero de 2012 

Cuento recogido de varios relatores de Chayanta.




 EL PEDRITO...
Relatado por la señora Margarita Chavarría
Editado por Ernesto Miranda


Doña Brígida vivía en el extremo del pueblo, en la última casa a la salida hacia el cementerio de Chayanta. Algunos conocían su casa, pero nadie había visto a su esposo Pedrito. Las que algo la conocíamos, sabíamos que vivía de la venta de asado de cerdo que ella misma preparaba.
Doña Brígida era flaca y algo morena. Siempre andaba sola, aunque ella insistía que vivía con su Pedrito, a quien siempre esperaba con la cena caliente porque según ella, su Pedrito llegaba muy cansado y hambiento del trabajo.
Recuerdan que de joven era una chola muy linda. Cuando la invitaban a una fiesta, siempre estaba presente. Bebía, sí, pero con mucho control y bailaba lo más que podía. Nadie como ella para el zapateo. Cuando los charangos rompían el silencio invitando al contrapunto, ella copaba la atención por su ágil zapateo que levantaba polvo. No había mujer ni varón que se le iguale.
Como norma se despedía antes de la media noche. No aceptaba la compañía de nadie por mucha que sea la insistencia, o amenazas de ladrones, o mal entretenidos que acostumbran abusar de las mujeres que andaban solas, sobre todo en las afueras de la población donde ella vivía. – ¡No y no! yo me voy nomás porque mi Pedrito me debe estar esperando para acompañarme- y se iba. Lo cierto es que nunca hubo queja, porque nunca le pasó nada malo.
Algunas malas lenguas decían que estaba loca por solterona, otras más venenosas aseguraban que tenía pacto con el diablo. Yo estaba segura que era una persona normal porque nunca fue incoherente en su hablar, su mirada era tranquila y su charla siempre atenta, sea con chicos o grandes. Cuando hablaba de su Pedrito, lo hacía con amor, era discreta en su vestir y su presencia en la misa de los domingos era infaltable.
Un día nos encontramos en casa de doña Olegaria - Buen día doña Brígida- la saludé. –Buen día waway- me respondió y arrancó con unos comentarios: - Qué grande ya estás, has terminado ya la escuela?- Respondí que estaba en el último año. Me habló de mi mamá y dijo que se conocían de hacía muchos años y que a mi hermano mayor lo cargaba cuando era bebé, y ya nomás se armó una pacífica discusión con mi madre que también estaba ahí. Mi madre le recordó que nunca había cargado a mi hermano, pero doña Brígida insistía que sí y al final ambas terminaron riendo, recordando sus tiempos de jovenes.
Terminadas las risas, doña Brígida me tomó de las manos y me preguntó si me gustaba el asado de chancho a lo que le respondí que sí. Me pidió que al día siguiente vaya a su casa después de la escuela y que me invitaría un rico asado. Acepté con alegría la invitación y desde ese momento ya estaba saboreando el asado de chancho en mi imaginación.
Al día siguiente no quise almorzar en casa a fin de dejar campo en mi estómago para comer con las manos el famoso asado de doña Brígida.
Cuando llegué a la puerta de su casa y me aprestaba a golpear la puerta, desde dentro saltó la voz de doña Brígida: “Entra nomás Margarita, la puerta está abierta”. Mi curiosidad fue, cómo se enteró doña Brígida de que ya estaba en la puerta, si ella estaba patio adentro, en la cocina y al parecer estaba sola. La saludé, ella me respondió con ternura y me preguntó cómo me había ido en la escuela y además me aconsejó: “Hay que estudiar waway, tienes que aprovechar, no tienen que ser burras como nosotras”.
La curiosidad seguía paseando por todos los hilos de mi sistema nervioso. No aguanté más y pregunté: “Doña Brígida, cómo sabías que yo estaba llegando, si estabas aquí adentro y no me viste”. Ella muy tranquila respondió: - Mi Pedrito me ha avisado pues waway, él todo está mirando.
Me quedé sorprendida- ¿Su Pedrito?- le dije. Me sentí un poco malcriada porque me entré en la casa sin saludarlo. – ¿Dónde esta? - le dije. Nuevamente me respondió con tranquilidad de que estaba en la salita y me dijo:- Entra nomás a la salita, la puerta está abierta, él está ahí, más bien traes el cuchillo que está a su lado-
¡Qué gran momento, al fin conoceré a su marido!, me dije y fui a saludar a don Pedrito y de paso a traer el cuchillo. Abrí la puerta de la sala, apenas con una pequeña ventana hacia el patio de la casa. Al centro había una mesa cubierta con un antiguo mantel beige, un par de sillas antiguas de madera, al centro de la mesa un botellón con un líquido que parecía refresco. Al frente de cada silla unos platos de hierro enlosado. Alcé mi mirada hacia el costado derecho de la sala, donde había un mostrador antiguo, pero limpio, y al centro del mostrador, como vigilando a todos los que entraban a la sala, estaba un “t’oclito”, es decir una calavera muy bien cuidada. En cada una de las cavernas de sus ojos estaba incrustada una moneda de 50 centavos, su boca estaba semiabierta, como bloqueada por otra moneda de un peso, la parte del cráneo cubierto por un tul negro. A los costados, unos pequeños candileros con velitas apagadas a medio gastarse. A un costado de la calavera un cuchillo de carnicería. De nuevo hinqué mis ojos en la calavera que parecía sonreírme y querer hablarme. ¿Qué hace esta calavera aquí?, ¿El será don Pedrito?. No sé cuánto tiempo estuve al frente de la calavera… ¿10 minutos?, ¿5 minutos?, ¿30 segundos?... Un aire frío me pasó por todo el cuerpo. Tomé el cuchillo y salí casi corriendo con el cuchillo en la mano.
Doña Brígida se dio cuenta de mi estado de ánimo. Se sorprendió, me dijo que estaba pálida y con los cabellos casi parados. Le expliqué que no estaba don Pedrito y que solo vi una calavera que creo que me miraba con sus ojos bien abiertos. Le pregunté por qué tenía ese t´oklito ahí. Me miró sonriente y con su característica naturalidad, trató de serenarme:- “Calmate Waway, él es pues mi Pedrito. Bien buenito es. El me cuida, me acompaña y les hace escapar a los ladrones y a los que tienen malas intenciones conmigo. No tengas miedo waway, él es bien buenito, siempre me habla de vos, dice que te estima, por eso te he invitado pues a que vengas…-
Mientras hablaba, seguía apurando el fuego y atendiendo las ollas de barro que parecían zapatear, despidiendo un olor que invadía todos mis sentidos y provocándome agua en la boca. – Prefiero cocinar en mis ollas de barro porque mi Pedrito dice que en las ollas de hierro, las comidas no tienen sabor. Ya, ya va a cocer, mientras tanto tomá servite este refresquito de linaza que es muy bueno para el estómago.
Después de unos minutos me sirvió un plato lleno de humeante fritanga con carne de chancho, mote de maíz blanco, papas y chuño, entreverado con abundante ají colorado y verduras cocidas. Con el sabor de esa rica comida, mi paladar se dio un festín y hasta olvidé por unos momentos el encuentro con el Pedrito de doña Brígida.
Olvidaba decir que quiso invitarme a comer en su salita, pero le pedí que prefería estar ahí en la cocina porque me sentía más cómoda. Luego de servirme, doña Brígida llevó otro plato medianamente servido para Pedrito, parecía que conversaba muy animada y al poco rato volvió sonriente para comentarme que Pedrito le había dicho que estaba contento de que yo le haya visitado. -Ahora está fumando un cigarrillo para asentar el chanchito..
Yo, debía estar con miedo, pero ya no lo estaba, solo un poco intrigada. Doña Brígida daba la impresión de estar convencida de que su Pedrito estaba ahí a su lado, vivo y muy conversador. ¿Será que estoy ciega y no lo puedo ver?, me preguntaba yo misma.
Le di las gracias a doña Brígida y me despedí para irme porque tenía que hacer las tareas de la escuela, ella me acarició la espalda con ternura y me dio un plato con fritanga envuelto en un mantel blanco, me dijo que era para mi madre y hermanos y que su Pedrito le había pedido que llevara. Al salir, quise entrar a la sala para ver a su Pedrito, cuando ya estaba frente a la puerta, me detuve, por que sentí el olor a cigarros y en una ráfaga de mirada por la puerta que estaba entreabierta me pareció ver chispeante cigarrillo entre los dientes de la calavera. Apenas atiné a pedirle a doña Trifonia que me despidiera de don Pedrito y que ya me iba.
No sé cómo llegué a casa, si corrí, si fui a paso normal, si lloraba o qué, de lo único que estoy segura es que rezaba con todo el poder que da el silencio y a la velocidad que latía mi corazón. No sé en qué momento llegué a casa, ni quien me recibió. Cuando recuperé la serenidad, mi hermano hincaba sus dientes en un gran trozo de asado de cerdo que doña Brígida mandó. Al parecer ya le había contado todo a mi madre, porque ella, algo preocupada, me aconsejaba que me tranquilice y que doña Brígida nunca le hacía daño a nadie...
Era un nuevo día y ya estaba más tranquila, aunque la verdad, no se me quitaba de la retina la calavera con el cigarro entre los dientes, dando la impresión de que fumaba y expulsaba figuras de humo que llenaban la salita. Me fui a la escuela con eso en la cabeza; pero la verdad, creo que no era miedo, era más bien el impacto de haber vivido algo que nunca antes había experimentado.
Cuando llegué a la escuela las chicas y chicos del curso que me habían visto salir de la casa de doña Trifonia me esperaban con ansia. Nunca antes había sido tan esperada y solicitada por ellas, ni por nadie. Comenzaron con un ataque de preguntas: a qué había ido a la casa de la loca, si era verdad que es una bruja y que hay diablos en su casa, si es cierto que su marido vive encadenado dentro su casa, si ella hablaba con los muertos. En ese momento me sentí como el presidente de la república o alguno de sus ministros cuando son entrevistados por la prensa.
Lo que sabía me quemaba la cabeza, el pecho y me aceleraba los latidos del corazón. Tenía que sacarme esa carga, tenía que desahogarme gracias a las ansias de chisme de mis compañeras de curso, al fin y al cabo, todos nacemos chismosos y chismosas y así moriremos y qué daño le puede hacer al mundo mi pequeño aporte a este mundo de chismosos, decía mi madre. Me jalaron la lengua y yo encontré ahí la mejor oportunidad para desahogarme. Comencé aclarando que doña Brígida no era mala, ni bruja, ni había diablo alguno en su casa, ni era condenada. Paso a paso detallé lo que había visto y hecho, no sé si aumenté o disminuí la verdad en mi relato…
No te creo, me decían unas. Las desafié a ir a su casa para convencerse. Les avisé que doña Brígida visitaba todas las tardes a doña Olegaria y que podíamos espiarla para aprovechar el momento que no estaba en su casa para ir a convencerse, ya que ella nunca aseguraba su casa, porque confiaba en que su Pedrito cuidaba mejor que nadie la casa y que los ladrones, ni se atrevían a asomarse, porque más de una vez ya habían salido mal parados.
Llegó el momento. Una de las chicas hizo correr la voz avisando que doña Brígida acababa de llegar a lo de doña Olegaria. Nos fuimos todas, abrimos la puerta de calle con sigilo, cruzamos el patio y ya frente a la puerta de la sala, todas nos miramos para saber quién se animaba a abrir la puerta. Al fin Fanny, la mayor y más grande de todas se animó, entre dudas abrió cuidadosamente la puerta y avanzó unos pasos. Las demás tras ella. Allá, les dije señalando la calavera. Todos los ojos se dirigieron al t’oklito. Miré a mis compañeras, sus rostros armaron una escena de terror. ¡Nos quiere comer! dijo una de ellas. ¡Quiere agarrarnos! dijo la otra, ¡Está riendo como diablo!, dijo Fanny y una de ellas aseguró que era el diablo. Estaban paralizadas; pero sus piernas reaccionaron como nunca, porque empezaron a correr como solo se ve en las películas de chinos. Yo les pedía calma, pero es seguro que nadie me escuchó.
También yo estaba asustada, pero no por el t*oklito, era más bien una preocupación por la estampida de las chicas, por la olla de grillos que iban a provocar. Claro que también tenía un peso de conciencia por haber llevado a esas chicas a la casa de doña Brígida sin su permiso, era una traición a su confianza. Más tarde mi madre me dio una reta, de esos que daban las antiguas, que siempre recuerdo.
Al día siguiente algunas chicas no asomaron a la escuela; pero una de ellas vino con su madre e hizo citar a la mía para llamarme la atención por haber incitando a su hija a la hechicería. Ah, en la mañana al ir a la escuela, me encontré con doña Brígida, la saludé con cierta vergüenza por haber ido a su casa sin autorización. Ella me respondió tranquila como siempre y me dijo que su Pedrito ya le había avisado que yo fui con unas chicas a su casa y que habíamos salido corriendo como ratonas y rió. No debes tener confianza en todas waway, me dijo, algunas no entendemos…
En esos días se armó la olla de grillos en el pueblo. Rumores de toda calidad y medida de acuerdo al tamaño del pueblo, como dicen: “Pueblo chico, infierno grande”.


La viuda encantada
Era cerca de carnavales. Los jóvenes andaban en los preparativos de sus comparsas, los abajeños buscando una buena  banda de músicos para superar a las otras comparsas; los arribeños nombraban padrinos para recaudar plata; mientras que los centralistas planeaban  un banderín de recuerdo para dar  a todos los que lleguen a Chayanta durante los días del carnaval a cambio de una donación voluntaria de dinero.
Esa noche los de la comisión  de bebidas, nos dedicamos a preparar yungueños  con jugo puro de naranja macerada en alcohol y, de probadita en probadita ya estábamos chispeados…
Sonaron  los charangos en temple diablo y comenzó el zapateo como solo en Chayanta sabemos hacerlo.
Lo que recuerdo es que yo estaba prendido de una  hermosa chola joven vestida de negro. Yo la galanteaba y ella me correspondía. Le ofrecía un trago, ella aceptaba a condición de que yo tomara el doble.
Comenzaron los primeros cantos de gallo, ella, me dijo que debía irse  antes de que aclare. Me ofrecí  acompañarla, ella aceptó con una  sonrisa tentadora. Me invitó a ingresar a su casa que estaba muy iluminada y romántica. La abracé, no ofreció resistencia, nos besamos ardientemente y ya no recuerdo más, fue algo mágico…
No se cuanto rato pasó. Desperté por las cosquillas que me producía  un chancho que me lamía el trasero que estaba desnudo.  Qué, que pasa, dónde estoy me dije… ya había salido el sol. Miré a mí alrededor  y me di cuenta que estaba tendido en el basural, con el trasero desnudo y los pantalones abajo de las rodillas. Estaba en el muladar a la salida al Puente de Piedra donde  algunos chanchos encuentran su alimento mañanero.
Hasta hoy me sigo preguntando: ¿Cómo fui a parar ahí? ¿Dormí con la viuda o con el chancho que también era de color negro?. ¿Para qué me bajé el pantalón?...hice el amor con la viuda, o…
Después de un tiempo, cuando me animé a contar mi aventura, el viejo ponchudo, don Juan, me dijo que cerca de carnavales suele aparecerse una hermosa viuda, que encanta a  los jóvenes enamoradizos y los lleva a los lugares más inmundos…

Quito, enero 2011 

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