Este espacio pretende ser un punto de encuentro de chayanteñas, chayanteños y allegados, para compartir iniciativas de desarollo y recuperar la rica historia de nuestro pueblo guardada en nuestra memoria.
viernes, 2 de febrero de 2018
Carnavales de antaño
La campana de oro y la sierpe de siete cabezas
Cuento recogido de varios relatores de Chayanta.
La paz, 9 de febrero de 2012
Cuento recogido de varios relatores de Chayanta.
Cuento recogido de varios relatores de Chayanta.
Cuentan que la torre del templo Espíritu Santo de Chayanta era tan
grande, maciza, fuerte y ancha; que en su tercer piso colgaba una
inmensa campana de oro. Al centro colgaba un enorme badajo, también de
oro, del tamaño de una cabeza humana. Nadie sabe de dónde, ni como
trajeron la campana hasta Chayanta. Algunos antiguos recuerdan que sus
tatarabuelos contaban que se necesitaron por lo menos 200 hombres para
subir y acomodar la campana en la torre del templo.
Dicen
que los curas ordenaron que la campana sea así de grande, para que su
tañido se escuchara en toda la región, de modo que los fieles, al
escuchar asistan a la misa u otras actividades de la parroquia.
El
tañido de la campana era tan potente que algunas paredes de las casas
del pueblo se rajaban a cada repique. Cuentan que varias mujeres
parturientas tuvieron malparto, por los potentes tañidos de la campana.
Algunas bestias, burras y yeguas sufrieron lo mismo.
Eran
tiempos de bonanza económica en la región. Encontraban oro a flor de
tierra, especialmente en los riachuelos de Aymaya Pampa; por eso algunos
mineros españoles y criollos hacían gala de sus fortunas. Las fiestas
patronales se convertían en oportunidades de competencia para ostentar
sus riquezas con soberbia desmedida y humillación para la gente pobre,
indígenas y mestizos.
Cuentan que esas fiestas que se
hacían en nombre de Dios, terminaban en descomunales orgías que nada
tenían que ver con los diez mandatos que Dios encomendó. Las
borracheras, peleas, crímenes y lujuria no tenían control. Los juegos
en los que se sacrificaba animales, por ejemplo: “la tira del pato”,
llegaban a extremos de perder todo principio moral, como los israelitas
al pie del Monte Sinaí.
Por todo eso que estaba pasando,
se dice que Dios estaba molesto; y el diablo aprovechó para tomar
posesión del pueblo mandando una Sierpe gigante de 7 cabezas. Era
feroz.. Cada bramido y coletazo de la Sierpe sacudía toda la población.
La gente estaba aterrorizada, muchos, especialmente mujeres y niños se
metieron dentro el templo para orar, ahí se sentían protegidos de esa
maldita bestia del infierno. El templo y la capilla estaban repletos,
todos lloraban y oraban a gritos, con desesperación, incluida la gente
que poco antes se mostraba soberbia.
Entre tanto, fuera,
la Sierpe de siete cabezas seguía provocando destrozos. A cada coletazo
demolía casas y cada una de sus 7 bocas vomitaba fuego cual lanza
llamas; los árboles de la plaza central ardían igual que muchas casas
con techos de paja y la gente desesperada corría de un lado a otro
rogando a gritos a Dios, a san Miguel, al Espíritu Santo que les librara
de ese infame monstruo. Al único lugar que no se atrevía la Sierpe era
al templo.
Dios al ver tanto sufrimiento, mujeres y niños clamando de rodillas
perdón, arboles y casas ardiendo, se apiado y envió al Arcángel Miguel
que se apareció en una nube sobre el templo. Desde ahí bajó en su
caballo para enfrentarse al monstruo del averno; y luego de varias
horas de descomunal lucha, la Sierpe estaba malherida y buscó refugio
dentro la torre, debajo la gran campana de oro, vomitando poderosas
olas de fuego.
La campana, por la acción de las
poderosas llamas que expulsaba la bestia, cayó pesadamente sobre la
Sierpe. Era tan pesada y grande la campana que al caer estremeció, no
solo la población, dicen que el sacudón se sintió en toda la región,
por lo menos 7 kilómetros a la redonda. Algunos creían que era un
terremoto.
La enorme campana había atrapado a la Sierpe.
Solo aparecía parte de su 7 cola y una de sus cabezas. Dicen que el
monstruo luchaba desesperadamente por liberarse de la campana, rascando
la tierra y echando fuego, pero no podía salvarse de su poderosa y
pesada carga. Mientras más arañaba la tierra, se iba formando un pozo
más y más profundo. La desesperada lucha de la Sierpe duró varios días
y noches seguidas. A cada hora, a cada día que pasaba, el hoyo se hacía
más profundo por la desesperada lucha la Sierpe por salvarse de la
campana. Apenas quedaba visible una pequeña parte de la campana, más la
poderosa correa que lo sostenía en la torre.
Los más
ancianos contaban a sus nietos, estos a sus nietos y ellos a sus hijos,
que vieron con sus ojos esa infernal lucha. Contaron también que ellos
cortaron pedazo, pedazo la cola y la cabeza de la Sierpe que había
quedado fuera de la campana y la guardaron como recuerdo de esa dantesca
batalla.
Recuerdan también que de niños solían jugar
montándose a lo poquito que quedaba de la campana en la superficie.
Con el tiempo desapareció completamente. Algunos, con hambre de riqueza,
hicieron excavaciones, pero no encontraron nada, solo tierra que
parecía removida.
Creen que la Sierpe de siete cabezas
aun no ha muerto completamente y que sigue arañando la tierra por
liberarse de la campana, y mientras más araña, más profundiza el túnel
por donde se va hundiendo la campana de oro, la más grande que ojos
humanos hayan visto en todo el mundo.
Cuentan que desde
esa vez, se hizo más profunda la devoción por el Arcángel Miguel y por
“El Tata Espíritu” que los salvó de la terrible Sierpe de siete cabezas
que tanto desolación, muerte y llanto causó al pueblo.
Otros
relatos dicen que la campana no se quedó en el lugar donde cayo,
porque según la creencia antigua, el oro se mueve. Otras versiones
afirman que al construir la nueva torre, quisieron poner la misma
campana, pero no la encontraron, mas bien descubrieron un subterráneo.
Cuento recogido de varios relatores de Chayanta.
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